domingo, 28 de octubre de 2001
Luis Landricina: "Voy a morir con las botas puestas"
No hay dudas de que Luis Landricina ya es una marca registrada. Y después de casi dos décadas, su personaje Don Verídico ya se hizo un lugar en la historia de la radiofonía. Hoy se lo puede encontrar en Colonia (AM 550, lunes a viernes "...después del noticiero de las diez y dura entre cinco y diez minutos") con unos micros en los que la radio, por un ratito, se viste de gaucho. "Hacía dos años que no tenía aire porque la última vez fue en Radio 10, los sábados por la mañana" , aclara. "Era distinto porque se trataba de un programa mío. Ahora Julio (Maharbiz) me convocó para repetir el personaje en Colonia. Aunque nunca me fui del todo. Porque el año pasado estuve con Don Verídico en una importante FM de Montevideo".
-¿Siempre con el mismo libretista?
-Sí. Ya llevo 28 años con Julio César Castro (Juseca). El le da la magia de pasar de la risa a la ternura o a los planteos filosóficos.
-¿Tiene algo diferente esta vuelta?
-No. El humor de Don Verídico está basado en el absurdo. Lo que los franceses llaman el surrealismo. El partenaire es el locutor corondino Rodolfo Pintos Rodriguez, con quien trabajé en Cosquín.
-La radio cambió en su forma en treinta años. ¿Cómo se adaptó el personaje?
-Mi experiencia como humorista indica que lo único que cambié fueron los cuentos. Nunca el estilo. Porque la gente compró en mí la parsimonia, que no me apuren los bocinazos y que no confundo ritmo con urgencia. Hay un tempo para el vals y otro para el pasodoble. Los dos se bailan pero son distintos. Don Verídico necesita sus tiempos. Y hace sus silencios aunque sea imperdonable para algunos sectores.
-Sobre todo a la mañana, que es frenética.
-Claro. Pero necesito llevar el paso porque ese es el recurso de los narradores camperos. Ellos manejan el silencio de los otros con el propio. Así generan expectativa.
-Y potencian la imaginación.
-Exacto. Cuando lo llevé a la tele, lo único que le puse al personaje fue el rostro. Nunca mostré el boliche ni a los demás paroquianos. Por ahí pasa la cosa. Por los códigos.
-Ese boliche está detenido en el tiempo.
-Sí pero existe en el campo. Cada tanto lo busco para nutrirme y escuchar a los gauchos. En Uruguay están más intactos todavía. La globalización fomenta eso: que la gente se aferre a sus tradiciones para no perder la identidad. En Europa tienen una sola moneda pero lo italiano es italiano, lo catalán es catalán y lo vasco es vasco.
-¿Intenta que Don Verídico sea un bastión de la vieja radio, de la antigua manera de contar?
-Sí. Lo sostengo como parte de mi filosofía de creer en lo que hago. Y voy a morir con las botas puestas. Porque donde voy tengo la suerte de que el público me responde. A pesar de que un chico de quince años no me escuchó contando cuentos. Hace poco una periodista me aconsejó: "Usted tendría que aggiornarse". Le pregunté si tenía que ponerme un poncho de nylon.
-¿Cómo se define, entonces?
-Soy un narrador de usos y costumbres. Las costumbres cambian vertiginosamente y debo estar para recordarles lo que hacían hace cuatro o cinco años nomás.
-¿Su público se sentiría traicionado si usted se aggiornara?
-Pienso que sí. Y me daría la espalda. En la película "La cigarra no es un bicho" Luis Sandrini dijo una mala palabra. Fue el comentario del pueblo, aunque la película se olvidó pronto. Hace poco escuché a un locutor que contó que en su pueblo había pasado lo mismo. Se ve que ocurrió lo mismo en todo el país. Fue un baldazo de agua fría. Me preguntaron si le tenía miedo a las malas palabras. "Vení conmigo en el auto y vas a ver", contesté.
-Pero nunca sobre el escenario.
-Es que el paisano puede decir una mala palabra pero nunca la premedita. Si estás arriba del escenario todo es premeditado. Y si metés una grosería vas contra le esencia del paisano. A menos que se le caiga una rueda de tractor en el pie, y en ese caso, de inmediato busca si hay mujeres para disculparse. Porque tienen intacto el pudor. Para ser efectista no podés ponerle palabras que nunca saldrían de su boca. Y, cuando me pongo su ropa, soy él. Esa es la tarea de un narrador de costumbres.
-¿Los medios perdieron el pudor?
-En la televisión hasta putean las mujeres a las cuatro de la tarde. Y los muchachos se tientan a parecerse. No hace mucho una mala palabra en boca de una mujer podía provocar el cierre de una radio. Hoy si no las decís parecés desfasado. Son criterios. No opino porque no tengo derecho ya que hay gente que estudia y sabe si es negocio o no. Si me gusta o no son veinte pesos aparte. Lo mío es distinto. No digo que sea mejor.
-¿Consume radio?
-En el auto. Busco a Llamas de Madariaga porque es criterioso. Después pongo música: Falú, Agri o Pablo Casals. Me gustan las cuerdas, el celo.
-¿Qué le parece el humor que se escucha en radio?
-Sin dar nombres, tiene que ver con estos tiempos. Algunos, para mi gusto son muy atrevidos para el horario en que van. Pero hay público para consumir eso. Por eso, el respeto que le tengo a los demás hace que acepte las reglas del juego. Mi norma es que para hablar bien de mi hijo no hace falta hablar mal del del vecino. Ese es su problema.
-¿No hay mucha agresividad en los humoristas?
-Estoy de acuerdo. Cuando me preguntan si los argentinos tenemos sentido del humor digo que no, que somos ocurrentes.
-¿Cuál es la diferencia?
-La ocurrencia es la puesta en ejercicio de la inteligencia para aprovechar un hecho circunstancial. Y se usa para reírse del otro, nunca de uno. El que se ríe de sí mismo tiene sentido del humor. Como hace el gordo (Juan Carlos) Mesa que cuenta cómo le cuesta entrar en un lugar angosto.
-¿Quiénes lo hacen reir por la radio?
-Escucho poca radio. Veo más televisión. Mis elegidos de siempre son Doña Jovita, de Córdoba y de los nuevos, El Trio Laurel, que hacen lo suyo musical y tienen mucho ingenio. En otro ámbito me gusta Hugo Varela, Les Luthiers, los Midachi, Artaza y Cherruti. Y Pinti y Gasalla son los críticos sociales más agudos que tenemos.
Gustavo Masutti Llach
Diario Crónica Revista Ahora
Buenos Aires
Octubre de 2001
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