miércoles, 30 de enero de 2002
Luisa Delfino: "Yo fui pionera"
Los verdaderos dueños del dúplex de Caballito no parecen ser ni Luisa Delfino ni su marido, Alberto. Es que los cinco gatos de una de las conductoras más parodiadas por los humoristas, se pasean orondos y se enseñorean con la situación: exigen comida, agua, caminan sobre el piano y hacen tambalear la foto del papá al que ella tanto extraña, o simplemente se acuestan a lo largo para acaparar la atención. Pero deberán esforzarse más para distraerla. Porque ella está muy entusiasmada con la inminente vuelta del ya clásico talk-show rebautizado “Te escucho, el regreso” (sábados a la medianoche por Continental, AM 590, desde el 9 de febrero). “Ese horario es fantástico –enfatiza–; estuve a la mañana y a la tarde, pero siempre termino a la noche. Estoy más lúcida, no sé por qué”.
–¿Cambiarán los oyentes por el fin de semana?
–Estarán los de siempre y otros que están en su casa porque no tienen con quién salir. Mujeres separadas jóvenes, por ejemplo.
–“Te escucho” está ligado a gente que sufre, cuenta su drama y vos la contenés. ¿Cómo vas a manejar eso en tiempos de angustia generalizada en la audiencia?
–Seguiremos haciendo la contención de los oyentes. Pero los casos más “pesados” trataremos de no ponerlos al aire para no cargar más al público. No son tiempos para eso. Así que no habrá que esperar que aparezcan deprimidos o suicidas que están al “límite”. La producción los escuchará y les hará la contención.
–¿Qué información previa tenés al charlar con ellos?
–Ninguna. Cuando me los pasan, yo no sé nada. Tengo que descubrir los problemas en la conversación. Ese misterio debe ser lo mejor del programa, lo más atractivo. Y trato de no decirle al otro lo que quiere escuchar, sino todo lo contrario, sin presionarlo.
–¿Se te filtran bromistas?
–Tengo muy buena percepción de cuándo están histéricos o sufren, por ejemplo. Nunca tuve una llamada en broma. Eso habla bien de la producción, que sabe atajarlos, y de mí. Porque dos veces me di cuenta de que me estaban mintiendo, los corté y les dije que estábamos desperdiciando el tiempo de los que necesitaban llamar en serio. Se rieron y colgaron. En diez años es muy buen promedio.
–¿De qué te sirvió, como conductora, hacer terapia?
–Me ayuda a recibir contención para la carga que recibía de los oyentes, porque me involucraba. Tuve que aprender a no retener ese dolor. Pero mi preparación para escuchar viene de cuando vivía en Gualeguaychú, mi pueblo. Allá, para pertenecer a un grupo tenías que ser linda. Después estábamos nosotras, que nos costaba un poco más. Entonces, la vida me llevó a ser la confidente y líder de todas. ¿Cómo? Escuchando. Pero nunca se me ocurrió estudiar psicología. Ese papel no me gusta.
–¿Estará el grupo de psicólogos?
–Sí.
–¿Ellos encarecen el programa?
–No, porque trabajan, en general, ad honorem. Les sirve como experiencia y son gente a la que le importa lo que le pasa al que sufre. Aunque, repito, estarán allí para aquellos casos que no saldrán al aire.
–¿Perderá esencia por esto?
–No. Se potenciarán otro tipo de llamados que ya existían. Como el de la mujer que se queja porque el marido no la deja estudiar. Le pregunto si su marido está en la casa y le pido que se ponga al teléfono. Se genera un silencio de radio que crea suspenso y es como una pequeña novela, porque el público está esperando para ver si el hombre habla o no, cómo me trata y de qué manera voy a “surfear” la situación. El concepto es que los problemas menores nos distraigan un poco de los más serios. Buscaremos entretener y dar informaciones de arte, espectáculos o que tengan que ver con mi lado “chismoso”. Si se da, veremos cómo se pueden generar vínculos.
–¿Una suerte de club de solos y solas?
(Se espanta) –¡No! Por favor. Algo que salga del alma, de adentro.
–Cuando empezaste, lo tuyo era muy novedoso. De hecho, era muy raro escuchar la voz del oyente. Hoy no pasan más de diez minutos sin que salga al aire uno (grabado o en vivo, en todas las emisoras). Por ahí no vas a sorprender. Además aparecieron varios programas parecidos a la noche.
–Existen la vanidad y la falsa modestia, trataré de no pecar de ninguna de las dos. Yo fui pionera. Siento que este tipo de programa, en el que uno se vincula desde adentro, sigo siendo la única que lo puede hacer. Incluso, tuve ganas de producir “Te escucho”. Y a pesar de que hay muchísimos profesionales a los que respeto y admiro, a la hora de pensar en uno para reemplazarme, no encuentro ninguno.
–¿Cómo te cae que te parodien?
–Me encanta. El último, Diego Capusotto, está muy bien, me mato de risa con él. Me gustó Gasalla, Rodríguez y hasta los de Canal K. Todos.
–¿Sos consumidora de radio?
–Ahora más que antes. Porque hasta hace poco estaba preparando un libro, que quedó para más adelante. También preparo un programa para marzo, tratando de correrme un poco del “Te escucho”. Para ponerme a tono escucho Continental. No porque uno vaya, sino porque hace mucho que no estoy en la radio. Pero sobre todo soy adicta a la TV. Veo muchos culebrones (“El manantial”), películas, “Ally McBeal”, “Los practicantes”, “Boston Public”, “Los Simpson” y los reality-shows, aunque de éstos sólo me gustaron “Gran Hermano” y “Popstars”. Me divertía Susana y su “Invencible”.
–¿Les estás prestando atención a los que serán tus competidores del horario?
–De eso se encarga la producción. Mi sensación es la de “… mejor no”. Para no condicionarme.
–Llegás a una Continental cambiada. Con nuevos dueños (los españoles de Telefónica), y con muchas más mujeres al frente de programas.
–Es que están mis viejos amigos como Mario Mactas, Víctor Hugo Morales y Rolando Hanglin. No me doy cuenta de que esté diferente. Mi relación con la radio empieza cuando entro y le doy un beso al señor de mesa de entrada, que es el mismo de siempre. Es como volver a la casa de mis papás. Por eso es tan especial. Puede haber otros dueños, pero para solucionar las cosas siempre hablo con los mismos. Y ésos no cambiaron.
Gustavo Masutti Llach
Revista Ahora - Diario Crónica
Buenos Aires, Argentina
Enero de 2002
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