Gustavo Masutti Llach
Diciembre de 2011
Por más que él se empeñe en señalar sus máculas, Héctor Larrea es uno de los personajes
más respetados y queridos del ambiente. Lo primero es lógico, hace falta carisma,
talento y profesionalismo para estar en los primeros planos de la radio durante
¡cincuenta! años ininterrumpidos. Lo segundo es propio de su naturaleza de buen
tipo. La charla fluye. Va de los discos de vinilo a la tecnología digital, hasta
que le tiro el nombre de Juan Alberto Badía. “Ah, no –dice- él siempre
estuvo en la vanguardia y nunca dejó de trabajar. No como yo que soy un vago”.
Así empieza el reportaje, como acostumbra: él se ataca y el periodista lo
defiende. Una lógica inversa a la que se usa con el resto. Es que escandaliza
escuchar a alguien hablar mal de Larrea. Por más que sea él mismo.
-¿Vago? Qué queda
para el resto si lo dice alguien que trabaja desde hace medio siglo sin parar. En
todo caso te ganaste el derecho de serlo y seguís frente al micrófono.
-Pero siempre lo fui. Me doy cuenta de que estoy apenas un
poquito delante de los acontecimientos, cuando me da para mucho más. Para eso
debería calentarme, pero no le dedico tiempo.
-Ese tiempo lo
invertís en consumir cultura, y eso se refleja al aire.
-Si quisiera estar al día con la música que me llega y
compro… no puedo. No me alcanza el tiempo. Y no vale vivir trabajando porque
corrés el riesgo de estresarte. Aún con lo que te gusta mucho. Te puede
apasionar el remo, pero si estás todo el día con eso te vas a desgarrar. Me
pasa lo mismo. Una parte del día debe ser para vaguear. Hacer nada. Ahora
retomé la asistencia a los conciertos, por ejemplo. Ir al Mozarteum, al Colón,
al Coliseo, o a ver a la sinfónica no me lleva más de dos horas. Eso me hace
muy bien.
-Estás viviendo una
temporada de gran reconocimiento.